Monterrey, México (17 marzo 2024)

Doña Silvia tiene 65 años, luce cansada, pero una fuerza interior la sostiene.

Tadeo es su nieto mayor, de 10 años de edad, y su mamá Lupita, hija de doña Silvia, está en el Cereso sentenciada a 50 años de prisión por secuestro.

El niño la abraza mientras esta abuela intenta contener unas lágrimas.

El sentimiento la rebasa porque su salud se ha deteriorado, los médicos aún no le dan un diagnostico y el miedo latente es no saber qué pasará con sus nietos si ella falta.

"Me siento feliz y triste a la vez porque me acaban de regalar una máquina industrial que yo siempre desee tener", dice doña Silvia, de mirada tierna y cabello blanco.

"Hasta hoy me llegó esa gran bendición, pero a lo mejor ya no la voy a usar tanto tiempo".

Ella es todo para Tadeo y sus hermanas: Yatziri, de 9 años; Zoé Valentina, de 7, y Alejandra, de 4.

Todos nacidos mientras Lupita estaba en el penal. Está detenida desde diciembre del 2018, en su tercera reincidencia.

Por ley los niños pueden vivir en el Cereso hasta los 3 años, pero doña Silvia tuvo que sacar del infernal Penal del Topo Chico a los primeros tres antes de esa edad.

"Había como mucha roña en donde estaban los niños y traían su piel bien dañada", recuerda.

El papá de estos pequeños está en el Cereso de Cadereyta.

Y el esposo de doña Silvia, a quien los hermanitos veían como figura paterna, falleció hace dos años de un infarto. Dice que sus otros hijos no la apoyan ni cuenta con ayuda de más familiares.

Esta abuela estudió primaria y dos años de corte y confección.

Para sacar adelante a sus nietos hace costuras, y vende tortillas de harina y tamales.

La realidad de doña Silvia se repite en muchos hogares.