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“Colitas” no logra meter el gol y es abucheado por el equipo, pero nadie se molesta.
Es una cascarita de los hijos de “Mamá Rosa”, quienes este jueves se juntaron para reintegrar a sus hermanos que acaban de salir.
Es una forma de darles la bienvenida, de aceptarlos y hacerles saber que las cosas y la vida siguen, pero ahora afuera, lejos del albergue de Rosa del Carmen Verduzco.
“El Alex” engaña al contrario con una finta y se la pasa a “El Meño”.
“Meño” no logra entrar a la cancha, porque “El Che” se la arrebata con maestría y protege el balón con el cuerpo.
“El Choquer” se ríe a carcajadas de esta burla.
“El Che” vuela el balón al terreno del contrario y se lo entrega casi envuelto en regalo a Adrián, quien desaprovecha la oportunidad y tampoco logra anotar; se le resbala el balón como mantequilla, como los seis años que pasó dentro del casa de “Mamá Rosa”.
De plano Ricardo, que juega con calcetines, decide romper todas las reglas y agarra el balón con las manos para aventarla a su patio y favorecer a su equipo, el cual juega con enjundia, pero que honestamente no da una.
El clima les favorece. El cielo está nublado en la ciudad y el sopor en el aire se siente bien. El poco viento de la cancha está a favor del equipo de Los Encamisetados.
Los equipos no tienen nombre, sólo son unos contra otros: los de camiseta contra los que no tienen, quienes se juntan de manera casual para patear un balón y olvidar por un momento el hambre y la sordidez de su pasado.
“Pinche puto, patea bien”, grita “El Colitas”, uno de los grandes, quien ya se empieza a calentar porque su equipo no levanta.
El cielo comienza a cerrarse y los nubarrones a ceñirse sobre la cabeza de todos.
Nadie tiene uniformes y los tenis de René están a punto de reventar. No importa. René los compone con una agujeta y se niega a quitárselos.
Pronto, cuenta Jorge, piensan bautizar el equipo como La Gran Familia, en honor a su origen, a su pasado, a su contexto.
Muchos de los jóvenes y adultos que salen por propio pie del albergue son recibidos por sus “hermanos” que lograron “escapar” de una u otra forma y establecerse en Zamora.
Los ex internos les brindan su casa, su familia su comida y lo que tienen, incluso trabajo.
También tienen otra forma de permanecer juntos y comunicarse: el futbol.
Cada semana, el martes y el jueves, con sol o lluvia, se avientan una cascarita en las instalaciones de la Unidad Deportiva “Poniente”, de la ciudad de Zamora.
Ahí se juntan, de dos a cuatro, en un numeroso grupo de varones de diferentes edades, en las que desahogan la furia pateando un balón.
EL UNIVERSAL