REFLEXIÓN DOMINICAL

Antonio Fernández

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Quién se exalta será humillado; quién se humille será exaltado

“Os digo: éste bajó a su casa justificado, mas no el otro; porque el que se eleva, será abajado; y el que se abaja, será elevado” (Lc 18, 14)                                              
domingo, 9 de agosto de 2020
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San Agustín, instruye y persuade las almas a penetrar en el amor de Dios; “Pues el Señor es excelso y dirige su mirada a las cosas humildes”.

Bueno sería convertir su instrucción en divisa de salvación a tenerla presente en nuestro paso por la vida. Continúa el Obispo de Hipona: “La fe no es propia de los orgullosos, sino de los humildes”.

Al reflexionar de los actos de nuestra vida las ocasiones en que nos pavonearnos por los favores que hemos hecho al prójimo cuando este se acercó a pedirlo, lo malo de estos favores es que algunas personas no son limpias, porque no evitan el cosquilleo de la lengua para manifestar el favor hecho y sobre todo echar en cara la ayuda concedida, el auxilio que dio a quien acudiendo a él como su “Benefactor” en buena disposición le confeso su problema, creyendo que por ayudarlo guardaría discreción como del que hace el bien sin mirar atesora en el libro de la vida bienes de salvación, pero en el “Yo” la intención oculta del “Benefactor” es esperar la oportunidad de obrar con el propósito de ser mirado como sostenedor del “beneficiado” al que exhibirá su ostentación el favor que concedió lanzará receloso la crítica acerva, y cuando llegue el momento en que el prójimo “beneficiado” conozca la crítica del “Benefactor” se molestará disgustado y enfadado pone distancia y se despierta la pasión de la venganza, así lo que en principio pinto como obra buena pierde por la arrogancia de dar a saber el mérito ganado que en principio se hizo con la buena intención surgida del corazón cayó por un perverso acto de soberbia maligna, trastocando la buena intención en maldad, entonces se rompe la discreción del apoyo otorgado y la reacción del “Yo” en el “benefactor” lo llevó al error de justificar lo injustificable porque prevaleció más la intención de humillar al prójimo y exaltar su persona a una actitud grave que el profeta Isaías refiere; “Uno de los Serafines tenía en su mano una braza ardiente.

Con ella tocó mi boca y dijo: Mira, esto ha tocado tus labios” Así fue purificado el profeta Isaías para que de sus labios limpios anunciar a Israel la venida del Redentor, es lo que sería bien hacer el indiscreto y orgulloso “benefactor” purificar su boca.

La acción de humillar es obvia, el “Benefactor” logro satisfacer su “Ego” y el afectado lo exhibió, dejando en evidencia a quien dio el favor porque se cree “reconocido mecenas” ante los demás, no sabiendo lo que realmente piensan de él en su corazón.

Cuando algún comentario, error o discrepancia del “beneficiado “con el “benefactor” fue o porque dijo algo del primero o porque le contradijo, ahí inicio el problema, desgraciadamente la mayoría de personas que tienen poder económico, político o de autoridad creen que por ese hecho poseen toda la sabiduría y sapiencia, cultura y saber para legislar cosas incongruentes que a su capricho sus mentiras serán verdad, al ser contradecir el error que afirma es cierto salto el “ego” del resentimiento en el “Benefactor” que lo amargó, ahora su actitud malévola es ir contra el “Beneficiado”, ¿Quién eres tú para contra decirme? La ostentación como la soberbia juntas son malignas en la persona que lo hace perverso, el ostentoso se siente un cisne blanco, donde una gotita de lodo lo molesta porque se ha manchado, aquí veamos la miseria humana, al ostentoso no le preocupa tener el interior de su alma manchada y adheridas las asperezas de males pasados y presentes, prefiere convertirse en una lengua suelta excitada porque se conozca: “¡Yo le ayudé!” “Si no es por mí le iría más mal de mal lo que está! “¿Quién lo puede ayudar mejor que yo? ¡Las enfermedades que ha tenido en nada se compara con las mías que son molestas, las suyas son nada! Como diciendo, ¡Solo Yo tengo derecho a quejarme! Se podrán decir tantas cosas, pero todas tienen una intención que revisándola a fondo es mala, por eso el indiscreto como el ostentoso son engañadores del “Beneficiado”, más llegará el momento tarde que temprano al final de la vida estar ante Dios Nuestro Señor a rendir cuentas de las malas intenciones como de las actitudes, no de la ayuda que dio sino del comentario áspero por el que se glorifico injustamente en lo que es regla de salvación: hacer el bien sin mirar a quien.

Dios da infinidad de favores, ¿Y como le respondemos? Pecando más La realidad de nuestros actos no tiene respuesta porque es cierto, ¿Y cuantos pecados cometemos? Uno solo basta para ofenderle, imaginemos los cometidos en el día, una ofensa en masa de pecados que ofenden a Dios y al prójimo, ¿Qué nos da a cambió de ofenderlo? Más ayuda, más amor paternal, siendo más misericordioso porque nos ve perdidos, sentimos el aumento de su bondad, ¿Lo escuchamos? No hay respuesta, hay silencio.
Veamos la actitud servil en el ser humano es la alabanza zalamera propia de dar para recibir, está demostrado en sus actos de por sí desordenados y presuntuosos cuando la exaltación viene de fuera, quien la provoca es porque encontró el punto de la miseria humana para que por la adulación obtener el fin escondido de sus oscuras intenciones; la adulación es fina, silenciosa y empalagosa; la ostentación es el mal perjudicial que incita exhibir a la persona a que alardee el poder de la riqueza que posee y presumir de ella, es el enamorado de las actitudes que como caja de resonancia recibe de quienes le rodean y cada vez lo envuelven en una falsa vanagloria halagado de las palabras y actitudes, reconocimientos falaces.

Cuando las alabanzas, ostentaciones y adulaciones hacen creer que lo escuchado es verdad, es un humo en la cabeza que se diluye en el “Yo” Al principio escuchó y dudó, conociéndose así mismo ve lo que dicen de él no es real pero deja continúen esas exaltaciones que llega a creerlas verdaderas y se constituyen habito de vida, pero su excedido comportamiento arrogante, le hace caer en el ridículo de un orgullo exagerado saciado con la falsa alabanza, de donde es reflexionar, quien se exalta será humillado; quien se humille será exaltado por Dios Nuestro Señor.


La naturaleza humana muestra su flaqueza y fragilidad, a la que no le importa hacer el bien, solo en lo que le conviene, encontramos en esa gente que una cosa es la apariencia para engañar y otra es la falta de veracidad en su alma de creer en la honorabilidad de quien ayuda sin interés, esto y más recibimos de Nuestro Señor Jesucristo en la Catedra de la parábola: El fariseo y el publicano.

Reconocemos para bien nuestro el conocimiento que Nuestro Señor tiene de las almas, creemos que cuando se obra bien nadie nos ve y hasta sentimos que estamos solos, al acto malo nada lo detiene continua sin temor por ese camino, del primero la fe sostiene no importa que sienta no ser visto por el Señor, pero cree en Él y cumple su doctrina y mandamiento, Evangelio y sus obligaciones de cristiano católico, ello es amparo y defensa por el que se vencerá la tentación de nunca dudar que Dios ve mi obras de cada día porque a Él no se puede engañar; del segundo su inclinación al pecado, carencia de fe, no siente le peso de la mirada de Dios, sigue adelante gozándose en sus caídas.

Encontraremos en el fariseo y el publicano la similitud del hombre que se exalta envanecido y del que se humilla contrito, poniéndonos en el lugar de cada uno ahondemos en su proceder para tomar de ellos lo que el corazón nos dicte, narra la parábola; “Para algunos, los que estaban persuadidos en sí mismos de su propia justicia, y que no tenían en nada a los demás, dijo también esta parábola” La divina mirada de Cristo Nuestro Señor va lo profundo del corazón de cada persona que forma la muchedumbre, ve la autosuficiencia en su mente, ve que en ellos está el no necesitar de su palabra, ve que la duda se mueve de un lado a otro tendiente a no creer en Él, no aceptar que sea el enviado de Dios a Israel así oscila el pensamiento en la mayoría, para atraerlos será cuando encuentren razón en su palabra y la enseñanza toque su conciencia a reconocer que están mal con Dios, sin esperar a más inicia, el pueblo siempre atento está confundido de lo que expone, va a conocer del Señor que quien se exalta será humillado, y quien se humilla será exaltado que lo obtendrá el pecador por la oración unida a la humildad.

Inicia Cristo Nuestro la parábola; “Dos hombres subieron al Templo a orar, el uno fariseo, el otro publicano” Nuestro Señor presenta dos personajes que en la vida de Israel no tenían relación entre sí, no había causa, sólo en casos oficiales del Imperio y del Templo, el publicano cobra impuestos a los del sanedrín y el pueblo, por eso el fariseo no busque al publicano.


Continúa el Señor; “El fariseo, erguido, oraba en su corazón de esta manera: ¡Oh Dios! Te doy gracias de que no soy como los demás hombres, que son ladrones, injustos, adúlteros, ni como el publicano ese”.

Entramos a conocer un hombre como también hay mujeres que exaltando su conducta ante Dios acusan los males del prójimo de lo que en nada les importa, al hablar a Dios o confesarse son los asuntos propios, que los ajenos lo hagan es su responsabilidad, pero la inquina carga contra él prójimo todo este galimatías, teniendo los Sacerdotes en la confesión que escuchan que poner orden, ilustra San Agustín para ubicar nuestra realidad con Dios y el prójimo; “Si al menos hubiese dicho “como muchos hombres”! ¿Qué significa “como los demás hombres”, sino todos, a excepción de él? “Yo-digo- soy justo”; de los demás, pecadores.

“No soy como los demás hombres, que son injustos, ladrones y adúlteros”. La persona de orden espiritual y moral es portador de la gracia, frecuenta la Santa Misa, los sacramentos y lleva una vida ordena a Dios no dice estos disparates que producirían daño a su alma caer en esos perjuicios, pero el fariseo hipócrita se cuida decirlo en voz alta, lo dice de pensamiento, que comodidad, de todas formas se ve su ostentación en el dicho de su palabra la maldad del “Benefactor” acusar a otro del que no sabe ni debe saber cómo es el interior de su alma del “Benefactor” no tiene ningún derecho en acusarlo temerariamente, el derecho a juzgar al pecador sólo es de Dios, no nos asombremos, cuantos hay que prejuiciosos acusan, critican y juzgan al prójimo que no les importa hacerlo ante Dios, si pudieran conocer lo que otros piensan de él y hacen lo mismo la balanza se pondría en su contra, se incomodaría y su egocentrismo se encendería porque la egolatría incita, inflama y enardece al oído “¿Tú eres el mejor?” “¡Tú le ayudaste! ¡Cállalo!” Así actúa su “yo” al ser tocado en sus debilidades, señalado sus errores, mentiras y engaños, en la mente se desquitaría de otros, pues bien esta actitud es contraria a la caridad cristiana católica, es agravar el alma, valorando, hemos venido solos al mundo y volveremos a Dios solos a ser juzgados por lo que se hizo o se dejó hacer, señalar lo que otros hicieron no es cosa nuestra, es el intento vano de desviar la atención de Dios con necedades, cosa imposible; en este caso conoce el corazón del publicano, Dios sabe si es bueno o pecador, acusar al prójimo es una acción temeraria creyendo que Dios no conoce lo escondido de los pecados, el fariseo acusa al publicano.

Volvemos a San Agustín; “¡La cercana presencia del publicano le fue ocasión de mayor hinchazón! Como ese publicano.” Yo -dice- soy único; ese es de los demás” Lo vulgariza y menosprecia de decir despectivo “es de los demás” pero el fariseo sí que se exalta, lleva ropas ostentosas, entra al templo en actitud desmesurada para que los demás lo admiren digan es un santo.

Cuantos millones de personas acusan de pensamiento a otras personas ante Dios en sus oraciones, en el templo, al recibir la Eucaristía, en la confesión, durante el rezo del Santo Rosario Dios Nuestro Señor escucha y ve todos los días las banalidades que las personas traen en su mente y pensamiento contra el prójimo, el confesor corregirá, pero desde el primer instante de su palabra el Señor se retira del “Benefactor” Dios es todo para nosotros por lo que será partícipe de una gravísima falta tolerar esas maquinaciones en la mente.

¡Cuidémonos de ellas!
Empieza la multitud de ideas desordenadas en el fariseo, al mostrar a Dios el valor de lo que hace y ha dejado de hacer como sí el Señor no supiera quien es, lo que hace y deja hacer; a sí mismo rebaja ese valor que si fuera realidad lo mejor hubiera sido no haberlo hecho; guarda la exaltación de su “Ego” ser persona obcecada, es como pintar una raya en el piso y querer pasarla por abajo, todo quedó en nada, porque en realidad nada tiene de valor su dicho infamante.

Continua la parábola, dice en su mente el fariseo; “Ayuno dos veces en la semana y doy el diezmo de todo cuanto poseo”. Jesucristo Nuestro Señor da a conocer lo que ve los corazones.

Dios Nuestro Señor es el único proveedor de bienes, gracias y dones para no caer en tentación, eso de mostrarse “piadoso exagerado” impresiona al que carece de fe, a Dios hacerle lo mismo, inexplicable.

El Doctor de la Gracia invita a reflexión; “No soy -dijo- como ese, debido a mis acciones justas, gracias a las cuales no soy malvado” “Ayuno dos veces por semana y doy la décima parte de cuanto poseo; ¿Qué pidió a Dios? Examina sus palabras y encontrarás que nada.

Subió a orar, pero no quiso rogar a Dios, sino alabarse a sí mismo. Poco es no rogar a Dios, y alabarse a sí mismo; más aún, subió a insultar al que rogaba”.
El publicano está de pie como el fariseo, en ambos es distinta la oración como distinta la intención a Dios, entendemos que la actitud de cada uno deja entrever lo guardado en su corazón de donde surge al exterior la realidad de su alma; “El publicano, por su parte, quedándose a la distancia, no osaba ni aún levantar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho diciendo: ¡Oh Dios! Compadécete de mí, el pecador” Palabras sinceras de arrepentimiento, de intención limpia y generosa, de nobleza y honestidad, se sabe ser un miserable pecador, reconoce su error, valora que por ellos puede ser condenado, su obrar nos enseña a que cuando por nuestra mala vida vemos todo perdido, justo es reconocer de ellos aceptar ser un miserable pecador como en está parábola se da a conocer, ahondemos en San Agustín; “El publicano, en cambio, se mantenía de pie a lo lejos, y, sin embargo, se acercaba a Dios.

Lo mantenía lejos el conocimiento de su corazón, lo acercaba su amor filial. El publicano, en cambio, se mantenía de pie a lo lejos, pero el Señor le miraba desde cerca”.

Lo oprimía su conciencia, lo levantaba la esperanza, sometido por su remordimiento le alienta y conforta a ser perdonado. Dios Nuestro Señor nunca desprecia al corazón contrito y humillado; “Os digo: éste bajó a su casa justificado, mas no el otro; porque el que se eleva, será abajado; y el que se abaja, será elevado” El alma arrepentida vive en su corazón la justificación de Dios, por la absolución de sus pecados vendrá la paz y tranquilidad del alma, y el propósito de enmienda el cimiento que fortalecerá su paso por el mundo.

La conclusión de la parábola es sencilla: “Has escuchado la sentencia, guárdate del orgullo”. Quede comprendido “quien se exalta será humillado” Cuando la justicia de Dios obre en el pecador, “quien se humilla será exaltado” Dios en su justicia exaltará.
hefelira@yahoo.com

 

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